Viajar a lugares exóticos; revivir épocas sepultadas bajo el peso de la historia; sentir la vida palpitar en la piel de personajes temerarios; arriesgarse en un sinfín de aventuras trepidantes... Eso es la literatura, dejarse seducir por lo que nos emociona, transformarnos, agitarnos. Quién lo probó, lo sabe.
Al cruzar ayer las puertas de la librería La República de las Letras y adentrarme en sus misterios cavernarios, tuve la certeza de que tesoros de incalculable valor palpitaban en sus entrañas. Entre pasillos de gusano, retorcidos recovecos y estanterías zigzagueantes cientos de libros, sumidos en el letargo de un sueño profundo, esperaban a que sus enigmas más ocultos fuesen, por fin, desvelados. Al final de su laberíntico trazado, al fondo de su confuso entramado aguardaban los lectores: el mejor, el más genuino e imprescindible de todos sus legados.
Hilvanamos juntos instantes memorables, compartimos soledades infranqueables y transitamos las orillas amables del recuerdo, hasta que, empujados por la tremenda fuerza de la vida, acabamos enlazados por la sororidad de lo humano. El entusiasmo inicial se tornó acogimiento y la emoción nos hizo, casi al instante, hermanos.
Quiero ser especialmente agradecida con Gabriel, hombre afable, generoso y culto, presidente de la asociación Derecho a morir con dignidad (DMD), que, en sus desvelos, se ocupó y se preocupó de que todo estuviese perfectamente organizado. Tus palabras fueron bálsamo para el alma, Gabriel. Para Carmelita Ruiz siempre guardo la miel más dulce de todos los panales por su ternura infinita. Y para Sótano Ediciones y Rafael Moya reservo mi eterno, mi profundo agradecimiento.
Volver a ti, a la fragancia de tus parques, al murmullo de tus plazas milenarias, al trasiego incesante de tu gente siempre resulta ser un codiciado anhelo en mi singladura.
Gracias, Córdoba !
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