martes, 30 de junio de 2020

* SOBRE LAS GUERRAS

A mí me interesa, sobre todo, el ser humano. Creo en su esencia bondadosa por encima de cualquier otra cosa. A pesar de que, a veces, algunos hombres se ofusquen en demostrar lo contrario con la atrocidad de sus actos. A mí me importan, sobre todo, los motivos que traen las guerras y el impacto que éstas ocasionan en el alma humana. De eso trata mi novela. Del lecho en el que la intolerancia y la violencia se acuestan a fornicar para procrear asesinatos terroríficos. Conmovida por el horror, un día me pregunté qué habría en el corazón de aquéllos que, dentro de un pelotón de fusilamiento, sabían que los iban a matar. Miedo, por supuesto, habría pánico, pero con qué palabras sería expresado ese terror, de qué modo sería afrontado, con qué herramientas de hombre sería soportado. Después, volví a preguntarme, qué lleva a una persona a arrastrar a otra hasta la muerte a punta de fusil sin piedad alguna, qué queda en su pecho tras haberlo ejecutado, cómo vive después sus días y sus noches. Me parece que cuando una guerra tiene lugar, quien pierde siempre es la vida. Estoy convencida de que para que la violencia gane, tiene que perder el hombre. Y mientras un solo ser humano sea aniquilado, ninguna razón servirá de justificación. Ninguna. Las guerras engañan, porque cuando son contadas a modo de historia oficial, de verdad inquebrantable, ninguna tiene la honestidad de confesar: yo maté injustamente, sufro por los crímenes que perpetré, no volvería a cometerlos. Muy pocas de esas guerras están dispuestas a reconocer, confesar, arrepentirse, pedir perdón. Por el contrario, las guerras siempre invocan nobles justificaciones, como Dios, la democracia, el progreso, la defensa de la libertad, de la verdad, del bien común, pero no hay justicia posible asociada al asesinato. No existe justicia, si para defenderla tenemos que utilizar la sangre. Nada puede solucionarse convirtiendo al mundo en una inmensa fábrica de muerte. Tengo la certeza de que únicamente mirando frente a frente a nuestras guerras pasadas, con valentía, podremos evitar que se repitan. Solo así daremos a nuestros muertos la paz que, al fin, merecen.

Por eso escribí esta novela. Porque no tuve más remedio.