En mi literatura campan los que nunca hacen ruido, los que se van sin aplausos, los que prefieren la pasión al poder o el amor antes que el dinero, los perdedores frente a los oportunistas, los que aman la fragancia delicada de los bosques en un mundo de plásticos, los que no dudan en tirarse al agua para rescatar el cuerpo inocente y oscuro de un niño sin vida. Quiero prestar mi voz a los que nunca hablan, aunque tengan mucho que decir, a los considerados débiles sin serlo, a los olvidados pero no vencidos, a los miserables que no poseen nada y lo ofrecen todo. Deseo que en mis páginas nunca falte quien llore por la desgracia ajena, se enfrente por los derechos de otros y sepa admirar la belleza de una flor silvestre. Entre las líneas de mis historias los quiero a todos, pero es imprescindible que estén aquellos cuya lumbre resplandezca, como la luz de un fósforo en la oscuridad, aunque no proyecten sombra.
Ojalá yo sepa escucharlos...
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