No puedo renunciar a las esposas,
Que arrastran mi desazón
hasta tu cuerpo,
Ni tampoco a las ataduras,
Que succionan tus labios
en mis senos.
No puedo renunciar a las cadenas,
Que me llevan cautiva
hacia ese encuentro,
Ni tampoco a tus ligaduras,
Que ensangrentan y
enquistan mis adentros.
No puedo renunciar a las mordazas,
Que aprisionan mi yo
enmudeciendo,
Ni tampoco a tus lazaduras,
Que me dominan así: tal
cual un perro.
Excelente
ResponderEliminarCon mucho gusto. Gracias.
EliminarConozco casos en los que se da este simil. Sí, como el perro a la mano del dueño. ¡Qué intenso, duro y quizás difícil de comprender! Pero pasa.
ResponderEliminarContratos de amor que exigen más de lo que otorgan, querida ORT.
ResponderEliminar